Discurso del Senador John Kerry (segśn se prepar— para pronunciarse) Convenci—n Nacional Dem—crata de 2004 BOSTON, 29 de julio /PR Newswire/ -- Lo que sigue es una transcripci—n del discurso del senador John Kerry en la Convenci—n Nacional Dem—crata de 2004: Jueves 29 de julio de 2004 Fleet Center Boston, Massachusetts Esta noche estamos aqu’ porque amamos a nuestro pa’s. Estamos orgullosos de lo que son los Estados Unidos y de lo que pueden convertirse. Mis compatriotas: estamos aqu’ esta noche unidos con un simple prop—sito: que los Estados Unidos sean m‡s fuertes en casa y respetados en todo el mundo. Un gran novelista norteamericano escribi— que no se puede regresar a casa otra vez. No pod’a haber imaginado esta velada. Esta noche, estoy en casa. En la casa donde empez— mi vida pśblica y donde viven aquellos que la hicieron posible. La casa donde la historia de nuestra naci—n se escribi— con sangre, idealismo y esperanza. La casa donde mis padres me mostraron los valores de la familia, la fe y la naci—n. Gracias a todos ustedes por darme una bienvenida a casa que nunca olvidarŽ. Me gustar’a que mis padres pudieran compartir este momento. Los dos pasaron al descanso eterno hace unos a–os, pero su ejemplo, su inspiraci—n, el regalo de los ojos abiertos, la mente abierta y el mundo infinito son mayores y m‡s duraderos que cualquier palabra. Nac’ en Colorado, en el Hospital Militar Fitzsimmons, mientras mi padre participaba como piloto en la Segunda Guerra Mundial. No soy dado a las premoniciones, pero, Ŕpueden adivinar en quŽ ala del hospital estaba el pabell—n de maternidad? Conste que no estoy inventando esto. ÁNac’ en el Ala Oeste! Mi madre fue el fundamento de nuestra familia, al igual que muchas otras madres. Se quedaba levantada hasta tarde para ayudarme a hacer la tarea. Se sentaba a mi lado en la cama cuando estaba enfermo, y respond’a las preguntas de un ni–o que, como todos los ni–os, encontraba el mundo lleno de maravillas y misterios. Fue mi den mother cuando fui un Cub Scout y se sent’a muy orgullosa de su pasador de cincuenta a–os como l’der de las Girl Scouts. Me dio su pasi—n por el medio ambiente. Me ense–— a ver los ‡rboles como catedrales de la naturaleza. Y mediante el poder de su ejemplo, me mostr— que podemos y debemos terminar la marcha hacia la igualdad plena para todas las mujeres de nuestro pa’s. Mi padre hizo las cosas que ni ni–o recuerda. Me regal— mi primer aeroplano de juguete, mi primer guante de bŽisbol y mi primera bicicleta. TambiŽn me ense–— que estamos aqu’ por algo mayor que nosotros mismos; vivi— a la altura de las responsabilidades y los sacrificios de la generaci—n m‡s grandiosa, a la que tanto le debemos. Cuando era un hombre joven, trabaj— en el Departamento de Estado, destacado en Berl’n, cuando esa ciudad y el mundo estaban divididos entre la democracia y el comunismo. Tengo recuerdos inolvidables de cuando era ni–o, hipnotizado por las tropas brit‡nicas, francesas y norteamericanas que controlaban su parte de la ciudad, y de los rusos montando guardia en la l’nea desolada que separaba el Este del Oeste. En una ocasi—n, entrŽ en mi bicicleta en Berl’n Oriental, controlado por los soviŽticos. Y cuando con orgullo se lo contŽ a mi padre, me castig— inmediatamente. Pero lo que aprend’ se ha quedado conmigo toda la vida. Vi lo diferente que era la vida en lados diferentes de la misma ciudad. Vi el miedo en los ojos de la gente que no era libre. Vi la gratitud de la gente hacia los Estados Unidos por todo lo que hab’amos hecho sent’ escalofr’os al bajarme de un tren militar y o’r a la banda del ejŽrcito tocando la marcha "Stars and Stripes Forever". Aprend’ lo que significaba ser los Estados Unidos en plena forma. Aprend’ el orgullo de nuestra libertad. Y ahora estoy decidido a restaurar ese orgullo en todos los que contemplan a los Estados Unidos. Mis padres pertenecieron a la generaci—n m‡s grandiosa. Y al darles las gracias, todos nos unimos para dar las gracias a esa generaci—n por fortalecer a los Estados Unidos, por ganar la Segunda Guerra Mundial, por ganar la Guerra Fr’a, y por el gran regalo del servicio que le dio a los Estados Unidos cincuenta a–os de paz y prosperidad. Mis padres me inspiraron a servir, y cuando estudiaba el penśltimo a–o de la escuela superior, John Kennedy llam— a mi generaci—n al servicio.. Fue el principio de un gran viaje, una Žpoca de marchas por los derechos civiles, por los derechos al voto, por el medio ambiente, por las mujeres y por la paz. Cre’amos que pod’amos cambiar el mundo. ŔY saben una cosa? Lo cambiamos. Pero no hemos terminado. El viaje no est‡ completo. La marcha no ha concluido. La promesa no se ha perfeccionado. Esta noche, estamos partiendo de nuevo. Y juntos, vamos a escribir el pr—ximo gran cap’tulo de la historia de los Estados Unidos. Tenemos en nuestras manos el poder de cambiar el mundo otra vez. Pero s—lo si somos fieles a nuestros ideales, y eso empieza por decirle la verdad al pueblo norteamericano. Esa es la primera promesa que les hago esta noche. Como presidente, restaurarŽ la confianza y la credibilidad a la Casa Blanca. Les pido que me juzguen por mi historial: cuando era un joven fiscal, luchŽ por los derechos de las v’ctimas y le di prioridad a perseguir la violencia contra las mujeres. Cuando entrŽ en el Senado, romp’ con muchos de mi propio partido para votar por un presupuesto equilibrado, porque pensaba que era lo correcto. LuchŽ por poner a 100.000 polic’as en la calle. Y entonces crucŽ el pasillo para trabajar con John McCain, para encontrar la verdad sobre nuestros prisioneros de guerra y sobre nuestros soldados desaparecidos en acci—n, y finalmente para sellar la paz con Vietnam. SerŽ un comandante en jefe que nunca los llevar‡ a la guerra con falsedades. TendrŽ un vicepresidente que no sostendr‡ reuniones secretas con contaminadores del medio ambiente para rescribir nuestras leyes ecol—gicas. TendrŽ un secretario de Defensa que escuchar‡ los mejores consejos de nuestros jefes militares. Y nombrarŽ a un secretario de Justicia que defienda de verdad la Constituci—n de los Estados Unidos. Mis compatriotas, esta es la elecci—n m‡s importante de nuestra vida. Hay mucho en juego. Somos una naci—n en guerra, una guerra global contra el terrorismo, contra un enemigo distinto a cualquiera que hayamos conocido antes. Y aqu’, en casa, los salarios bajan, el costo de la atenci—n mŽdica sube, y nuestra gran clase media se reduce. La gente trabaja los fines de semana; tienen dos trabajos, tres trabajos, y aun as’ no salen adelante. Nos dicen que trasladar empleos al exterior es bueno para los Estados Unidos. Nos dicen que los nuevos empleos en los que se gana US$9.000 menos que los empleos que se han perdido, es lo mejor que podemos hacer. Dicen que esta es la mejor econom’a que jam‡s hemos tenido. Y dicen que cualquiera que piense lo contrario es un pesimista. Pues bien, esta es nuestra respuesta: no hay nada m‡s pesimista que decir que los Estados Unidos no pueden mejorar. Podemos mejorar y mejoraremos. Nosotros somos los optimistas. Para nosotros, este es el pa’s del futuro. Somos capaces de todo. Y no olvidemos lo que hicimos en la dŽcada de 1990. Equilibramos el presupuesto. Pagamos la deuda. Creamos 23 millones de empleos. Sacamos a millones de personas de la pobreza y elevamos el nivel de vida de la clase media. S—lo tenemos que creer en nosotros mismos, y podremos hacerlo de nuevo. As’ que esta noche, en la ciudad donde comenz— la libertad de los Estados Unidos, a s—lo unas calles de donde los hijos y las hijas de la libertad crearon nuestra naci—n, aqu’, esta noche, en nombre de un nuevo nacimiento de la libertad, en nombre de la clase media que se merece un campe—n, y de los que luchan por entrar en esa clase media y que se merecen una oportunidad, por los valientes hombres y mujeres de uniforme que se juegan la vida cada d’a y por las familias que rezan por su regreso, por todos aquellos que creen que nuestros mejores d’as todav’a est‡n por venir, por todos ustedes, con gran fe en el pueblo norteamericano, acepto su nominaci—n para el cargo de Presidente de los Estados Unidos. Estoy orgulloso de que a mi lado estar‡ un compa–ero de f—rmula cuya vida es la historia del Sue–o Americano y que ha trabajado cada d’a para que ese sue–o se realice para todos los norteamericanos: el senador John Edwards, de Carolina del Norte. Y de su maravillosa esposa, Elizabeth, y su familia. Este hijo de un obrero fabril est‡ listo para dirigir, y el pr—ximo enero, los norteamericanos estar‡n orgullosos de que un luchador por la clase media suceda a Dick Cheney como vicepresidente de los Estados Unidos. ŔY quŽ puedo decir de Teresa? Teresa tiene la brśjula moral m‡s poderosa de todas las personas que conozco. Es pr‡ctica, alentadora, valiente, sabia e inteligente. Dice lo que piensa, y dice la verdad, y tambiŽn por eso la amo. Y por eso es que AmŽrica la acoger‡ como la pr—xima Primera Dama de los Estados Unidos. Para Teresa y para m’, no importa lo que el futuro nos reserve o lo que el pasado nos haya dado, nada ser‡ tan importante como nuestros hijos. Los amamos no s—lo por quienes son y por lo que han llegado a ser, sino por ser ellos mismos, por hacernos re’r mientras nos calentamos los pies frente a la chimenea, y por no dejarme pasar ni una. Gracias, Andre, Alex, Chris, Vanessa y John. Y en este viaje, estoy acompa–ado por una extraordinaria banda de hermanos dirigida por ese hŽroe norteamericano, un patriota llamado Max Cleland.. Nuestra banda de hermanos no marcha junta por quienes somos como veteranos, sino por lo que hemos aprendido como soldados. Luchamos por esta naci—n porque la amamos y regresamos con la profunda convicci—n de que cada d’a es adicional. Quiz‡ ahora tenemos m‡s a–os, quiz‡ tenemos m‡s canas, pero todav’a sabemos combatir por nuestro pa’s. Y en esta lucha, junto a nosotros est‡n los que compartieron conmigo la larga temporada de la campa–a de las primarias: Carol Moseley Braun, el general Wesley Clark, Howard Dean, Dick Gephardt, Bob Graham, Dennis Kucinich, Joe Lieberman y Al Sharpton. A todos ustedes, les doy las gracias por ense–arme y por probarme, pero mayormente, les decimos gracias por levantarse por su pa’s y darnos la unidad para llevar a los Estados Unidos hacia adelante. Mis compatriotas, esta noche el mundo es muy distinto al mundo de hace cuatro a–os. Pero creo que el pueblo norteamericano est‡ m‡s a la altura del desaf’o. Recuerdo las horas posteriores al 11 de septiembre, cuando nos unimos como un solo individuo en respuesta al ataque contra nuestra patria. Acopiamos fuerzas cuando nuestros bomberos subieron escaleras arriba y arriesgaron sus vidas para que otros pudieran vivir. Cuando los socorristas desafiaron el humo y el fuego en el Pent‡gono. Cuando los hombres y las mujeres del Vuelo 93 se sacrificaron por salvar al Capitolio nacional. Cuando se colocaron banderas en todos los portales de los Estados Unidos, y los extra–os se hicieron amigos. Fue el peor d’a que hemos visto, pero sac— a la luz lo mejor de todos nosotros. Estoy orgulloso de que despuŽs del 11 de septiembre todo nuestro pueblo respondi— al llamado del presidente Bush por la unidad frente al peligro. No hab’a dem—cratas. No hab’a republicanos. S—lo hab’a norteamericanos. C—mo deseamos que todo se hubiera mantenido as’. Ahora sŽ que algunos me critican por ver complejidades -y las veo- porque algunas cuestiones no son tan simples. Decir que hay armas de destrucci—n masiva en Irak no hace que las haya. Decir que podemos librar una guerra economizando recursos no hace que sea posible librarla de esa manera. Y proclamar que la misi—n se ha cumplido no hace que de verdad se haya cumplido. Como presidente, harŽ preguntas dif’ciles y exigirŽ pruebas concretas.. ReformarŽ inmediatamente el sistema de inteligencia, de modo que la pol’tica estŽ guiada por los hechos, y que nunca los hechos estŽn distorsionados por la pol’tica. Y como presidente, restaurarŽ la tradici—n consagrada de esta naci—n: los Estados Unidos de AmŽrica nunca van a la guerra porque queremos ir; s—lo vamos a la guerra porque tenemos que ir. SŽ por lo que pasan los muchachos cuando portan un M-16 en un sitio peligroso y no pueden distinguir a los amigos de los enemigos. SŽ lo que sienten cuando patrullan de noche e ignoran lo que aguarda tras la pr—xima curva del camino. SŽ lo que se siente cuando se escribe una carta a la familia diciŽndole que todo est‡ bien cuando, en realidad, uno no est‡ seguro de que sea verdad. Como presidente, librarŽ esta guerra con las lecciones que he aprendido en la guerra. Antes de que marchen a la batalla, hay que ser capaz de mirar a un padre a los ojos y decirle con veracidad: "Hice todo lo posible por no tener que enviar a su hijo o su hija a correr peligros. Pero no ten’amos otra opci—n. Ten’amos que proteger al pueblo norteamericano, los valores norteamericanos fundamentales de una amenaza que era real e inminente". As’ que la primera lecci—n es que esa es la śnica justificaci—n para ir a la guerra. Y en mi primer d’a en el cargo, enviarŽ un mensaje a todo hombre y mujer en nuestras fuerzas armadas: nunca se les pedir‡ que libren una guerra sin un plan para ganar la paz. SŽ lo que tenemos que hacer en Irak. Necesitamos un presidente que tenga la credibilidad necesaria para poner a nuestros aliados de nuestra parte y compartir la carga, reducir el costo a los contribuyentes estadounidenses y disminuir el riesgo que corren los soldados norteamericanos. Esa es la forma correcta de hacer la tarea y traer a nuestras tropas de regreso a casa. Esta es la realidad: eso no pasar‡ hasta que tengamos un presidente que restaure el respeto y el liderazgo de los Estados Unidos, para que no tengamos que ir solos por el mundo. Y necesitamos reconstruir nuestras alianzas, para derrotar a los terroristas antes de que ellos nos derroten. Defend’ a este pa’s cuando era joven y lo defenderŽ como presidente. Que no haya duda: nunca vacilarŽ en usar la fuerza cuando la situaci—n lo requiera. Cualquier ataque recibir‡ una respuesta r‡pida y segura. Nunca le darŽ a ninguna naci—n o instituci—n internacional un veto sobre nuestra seguridad nacional. Y fortalecerŽ a las fuerzas armadas de los Estados Unidos. Agregaremos 40.000 tropas en servicio activo, no en Irak, sino para fortalecer al ejŽrcito norteamericano, que ahora est‡ demasiado diseminado, demasiado extendido y bajo una fuerte presi—n. AumentarŽ en el doble nuestras fuerzas especiales para realizar operaciones antiterroristas. Proporcionaremos a nuestras tropas las armas y las tecnolog’as m‡s novedosas para salvar sus vidas y ganar la batalla. Y pondremos fin al reclutamiento por la puerta trasera de la Guardia Nacional y los reservistas. A todos los que sirven hoy en nuestras fuerzas armadas, les digo que la ayuda ya est‡ en camino. Como presidente, librarŽ una guerra m‡s inteligente y m‡s eficaz contra el terrorismo. Desplegaremos cada instrumento de nuestro arsenal; nuestro poder, tanto econ—mico como militar; nuestros principios as’ como nuestro poder de fuego. En estos tiempos peligrosos, hay una forma correcta y una forma errada de ser fuerte. La fuerza es algo m‡s que palabras fuertes. DespuŽs de varias dŽcadas de experiencia en cuestiones de seguridad nacional, conozco el alcance de nuestro poder y conozco el poder de nuestros ideales. Necesitamos hacer de los Estados Unidos, una vez m‡s, un faro en el mundo.. Necesitamos que nos admiren, no s—lo que nos teman. Necesitamos encabezar un esfuerzo global contra la proliferaci—n nuclear, para mantener las armas m‡s peligrosas del mundo fuera del alcance de las manos m‡s peligrosas del mundo. Necesitamos un ejŽrcito poderoso y necesitamos encabezar alianzas vigorosas. Y despuŽs, con confianza y determinaci—n, seremos capaces de decir a los terroristas: ustedes perder‡n y nosotros ganaremos. El futuro no pertenece al miedo: pertenece a la libertad. Y las primeras l’neas de esta batalla no est‡n lejos: est‡n justo aqu’, en nuestras costas, en nuestros aeropuertos, y potencialmente en cualquier pueblo o ciudad. Hoy, nuestra seguridad nacional comienza con la seguridad del territorio nacional. La Comisi—n del 9-11 nos ha dado un camino a seguir, apoyado por los dem—cratas, los republicanos y las familias de las v’ctimas del 9-11. Como presidente, no evadirŽ ni darŽ respuestas ambiguas: implementarŽ inmediatamente las recomendaciones de esa comisi—n. No deber’amos dejar que el noventa y cinco por ciento de los barcos de contenedores entren en nuestros puertos sin haber sido inspeccionados f’sicamente. No deber’amos dejar nuestras plantas nucleares y qu’micas sin suficiente protecci—n. Y no deber’amos estar abriendo cuarteles de bomberos en Bagdad y cerr‡ndolos en los Estados Unidos de AmŽrica. Y esta noche, tenemos un mensaje importante para aquellos que cuestionan el patriotismo de los estadounidenses que ofrecen un rumbo mejor para nuestro pa’s. Antes de envolverse en la bandera y cerrar los ojos y los o’dos a la verdad, deben recordar cu‡l es la autŽntica esencia de los Estados Unidos. Deben recordar la gran idea de la libertad por la que tantos han dado la vida. Nuestro prop—sito en estos momentos es reclamar la propia democracia. Estamos aqu’ para afirmar que cuando los norteamericanos se levantan y expresan lo que piensan y dicen que los Estados Unidos pueden mejorar, eso no es un desaf’o al patriotismo: es el coraz—n y el alma del patriotismo. Ustedes ven all‡ esa bandera. La llamamos Old Glory. Barras y estrellas para siempre. Yo peleŽ bajo esa bandera, al igual que muchos de los que est‡n aqu’ y en todo nuestro pa’s. Esa bandera vol— de la torreta justo detr‡s de mi cabeza. Fue atravesada una y otra vez con disparos y qued— hecha jirones, pero nunca ces— de ondear en el viento. Cubri— los ataśdes de hombres con los que luchŽ y de amigos de mi infancia. Para nosotros, esa bandera es el s’mbolo m‡s poderoso de lo que somos y de lo que creemos. Nuestra fortaleza. Nuestra diversidad. Nuestro amor a la patria. Todo lo que hace que los Estados Unidos sean un gran pa’s y un buen pa’s. Esa bandera no pertenece a ningśn presidente. No pertenece a ninguna ideolog’a y no pertenece a ningśn partido pol’tico. Pertenece a todo el pueblo estadounidense. Compatriotas, las elecciones son para escoger opciones. Y esas opciones est‡n relacionadas con los valores. Al final, lo que importa no s—lo es la pol’tica y los programas: el presidente que se siente ante ese escritorio tiene que guiarse por principios. Durante cuatro a–os, hemos o’do hablar mucho de los valores. Pero los valores de los que s—lo se habla sin tomar acci—n se convierten en consignas. Los valores no son s—lo palabras, sino los que nos gu’a en la vida. Se trata de las causas que defendemos y de las personas por las que luchamos. Y es el momento de que comiencen a valorar a la familia aquellos que hablan de valores familiares. No se valora a la familia expulsando a los ni–os de los programas escolares y eliminando a los polic’as que patrullan nuestras calles para que Enron pueda obtener otra exenci—n impositiva. Nosotros creemos en el valor familiar de cuidar a nuestros hijos y de proteger los vecindarios donde ellos caminan y juegan. Y esa es la opci—n en estas elecciones. No se valora a la familia si se les niega a los ancianos la cobertura de sus medicamentos por receta para que las grandes empresas farmacŽuticas sigan obteniendo grandes ganancias. Creemos en el valor familiar expresado en uno de los m‡s antiguos Mandamientos: "Honra a tu padre y a tu madre". Como presidente, no privatizarŽ el Seguro Social. No harŽ recortes de beneficios. Y juntos, nos aseguraremos de que nuestros ciudadanos de la tercera edad nunca tengan que cortar sus p’ldoras a la mitad porque no pueden costear los medicamentos que salven su vida. Y esa la opci—n en estas elecciones. No se valora a la familia si se ve forzada a sacrificar una colecci—n para comprarle un chaleco blindado a un hijo o una hija en el servicio militar, si se le niega atenci—n mŽdica a los veteranos o si se dice a las familias de clase media que esperen por un recorte de impuestos para que los m‡s adinerados puedan tener aśn m‡s. Creemos en el valor de hacer lo que es correcto para todos en la familia estadounidense. Y esa es la opci—n en estas elecciones. Creemos que lo que m‡s importa no son los llamamientos estrechos disfrazados de valores, sino los valores compartidos que muestran el verdadero rostro de los Estados Unidos. No llamamientos estrechos que nos dividan, sino valores compartidos que nos unan. La familia y la fe. El trabajo duro y la responsabilidad. Oportunidades para todos, para que cada ni–o, cada padre, cada trabajador tenga la misma oportunidad de vivir a la altura del potencial que Dios les ha otorgado. ŔQuŽ significa que en los Estados Unidos de hoy, cuando Dave McCune, un obrero de la industria del acero que conoc’ en Canton, Ohio, vio que su empleo pasaba a otro pa’s y que literalmente destornillaron, colocaron en cajas y embarcaron el equipo de su f‡brica a miles de millas de distancia junto con ese empleo? ŔQuŽ significa que trabajadores que he conocido tuvieron que capacitar a los extranjeros que los reemplazaban? Los Estados Unidos pueden mejorar. As’ que esta noche decimos: la ayuda ya est‡ en camino. ŔQuŽ significa que Mary Ann Knowles, una mujer con c‡ncer de mama que conoc’ en New Hampshire, tuvo que seguir trabajando un d’a tras otro durante su tratamiento de quimioterapia sin importar lo mal que se sent’a porque le aterrorizaba perder el seguro mŽdico que tambiŽn cubr’a a su familia. Los Estados Unidos pueden mejorar. Y la ayuda ya est‡ en camino. ŔQuŽ significa que Deborah Kromins, de Filadelfia, Pennsylvania, trabaj— y ahorr— toda su vida s—lo para enterarse de que su pensi—n se hab’a esfumado y que el ejecutivo que la saque— hab’a salido colgado de un paraca’das dorado? Los Estados Unidos pueden mejorar. Y la ayuda ya est‡ en camino. ŔQuŽ significa que el veinte y cinco por ciento de los ni–os de Harlem padecen de asma por la contaminaci—n del aire? Los Estados Unidos pueden mejorar. Y la ayuda ya est‡ en camino. ŔQuŽ significa que haya personas que duermen acurrucadas, cubiertas con mantas para protegerse del fr’o en el Parque Lafayette, en el mismo umbral de la Casa Blanca, y cuando la cantidad de familias que viven en la pobreza ha aumentado en tres millones en los śltimos a–os? Los Estados Unidos pueden mejorar. Y la ayuda ya est‡ en camino. Y por eso venimos aqu’ esta noche para preguntar: Ŕd—nde est‡ la conciencia de nuestro pa’s? Les dirŽ d—nde est‡: est‡ en las ‡reas rurales y en los pueblos peque–os de Estados Unidos; est‡ en los vecindarios urbanos y en las calles principales de los suburbios; vive en las personas que he conocido en cada parte de este pa’s. Estalla en los corazones de los estadounidenses determinados a que su pa’s recupere sus valores y su verdad. Valoramos los empleos que les pagan m‡s, no menos, de lo que ganaban antes. Valoramos los empleos donde con el trabajo de una semana ustedes pueden pagar todas sus cuentas, mantener a sus hijos y mejorar su calidad de vida. Valoramos unos Estados Unidos donde a la clase media no se la exprima, sino que progrese. As’ que les presento nuestro plan econ—mico para crear unos Estados Unidos m‡s fuertes: Primero: nuevos incentivos para revitalizar el sector manufacturero. Segundo: invertir en tecnolog’a y en innovaciones que creen los empleos bien remunerados del futuro. Tercero: cerrar las fisuras impositivas que recompensan a las empresas por llevarse nuestros empleos al extranjero. En lugar de eso, recompensaremos a las empresas que creen y mantengan empleos bien remunerados donde deben estar: en los Estados Unidos, como en los viejos tiempos. Valoramos unos Estados Unidos que exportan productos, no empleos, y creemos que los trabajadores estadounidenses nunca deber’an tener que subsidiar la pŽrdida de su propio empleo. DespuŽs, estableceremos relaciones comerciales y competiremos en todo el mundo. Pero nuestro plan contempla la igualdad de condiciones, porque si se le proporciona al trabajador norteamericano igualdad de condiciones, no habr‡ nadie en el mundo que pueda competir contra los trabajadores estadounidenses. Y vamos a volver a los tiempos de responsabilidad fiscal, porque es la base de nuestra fortaleza econ—mica. Nuestro plan recortar‡ el dŽficit a la mitad en cuatro a–os al terminar con los despilfarros impositivos, que no son m‡s que un tipo de beneficencia para las grandes corporaciones, y haremos que el gobierno se rija por la regla que cada familia tiene que seguir: ajustarse a su presupuesto. Y dŽjenme decirles lo que no haremos: no aumentaremos los impuestos a la clase media. Ustedes han o’do muchas acusaciones falsas sobre eso en los śltimos meses. As’ que dŽjenme decirles directamente lo que harŽ como presidente: recortarŽ los impuestos a la clase media. ReducirŽ la carga impositiva a las empresas peque–as. Y darŽ marcha atr‡s a las reducciones de impuestos para los individuos m‡s acaudalados que ganan m‡s de US$200.000 al a–o, de forma que podamos invertir en la creaci—n de empleos, en la atenci—n mŽdica y en la educaci—n. Nuestro plan de educaci—n para unos Estados Unidos m‡s fuertes establece altas normas y exige responsabilidad a los padres, los maestros y las escuelas. Posibilitar‡ clases con menos alumnos y dar‡ el trato que merecen los maestros como profesionales que son. Y proporcionar‡ un descuento impositivo a las familias por cada a–o universitario de sus hijos. Cuando yo era fiscal, conoc’ a j—venes con problemas, abandonados por sus adultos. Como presidente, estoy decidido a que la nuestra deje de ser una naci—n que gasta US$50.000 al a–o para mantener a un joven en la prisi—n por el resto de su vida, cuando podemos invertir US$10.000 para subvencionar los programas infantiles de prevenci—n Head Start, Early Start, Smart Start, el mejor comienzo en la vida. Y valoramos una atenci—n mŽdica que sea econ—mica y a la que todos los estadounidenses tengan acceso. Desde el a–o 2000, cuatro millones de personas han perdido su seguro mŽdico. Millones m‡s est‡n luchando para sufragar ese gasto. Ustedes saben lo que est‡ sucediendo. Las primas, los copagos, los deducibles andan por las nubes. Nuestro plan de atenci—n mŽdica para unos Estados Unidos m‡s fuertes ataca el desperdicio, la avaricia y el abuso en nuestro sistema mŽdico, y permitir‡ que las familias ahorren hasta US$1.000 al a–o en las primas. Ustedes podr‡n escoger a su mŽdico, y ser‡n los pacientes y mŽdicos, no los bur—cratas de las aseguradoras, los que tomar‡n las decisiones mŽdicas. Bajo nuestro plan, el programa federal Medicare negociar‡ para conseguir precios m‡s bajos en los medicamentos para los ancianos. Y todos los estadounidenses podr‡n comprar medicamentos por receta de pa’ses como Canad‡ a precios menores. La historia de los que tienen problemas para recibir atenci—n mŽdica es la historia de muchos estadounidenses. ŔPero saben algo? No es la historia de los senadores y de los congresistas, porque nosotros obtenemos una magn’fica atenci—n mŽdica y ustedes pagan la cuenta. Pues bien, estoy aqu’ para decirles que la atenci—n mŽdica de su familia es tan importante como la de cualquier pol’tico de Washington. Y cuando yo sea presidente, los Estados Unidos dejar‡n de ser la śnica naci—n avanzada en el mundo que no comprende que la atenci—n mŽdica no es un privilegio de las personas adineradas, de los que tienen buenas conexiones y de los que son elegidos, sino que es un derecho de todos los estadounidenses. Valoramos unos Estados Unidos que controlen su propio destino porque por fin y para siempre es independiente del petr—leo del Medio Oriente. ŔQuŽ significa esto para nuestra econom’a y seguridad nacional cuando s—lo tenemos el tres por ciento de la reserva mundial de petr—leo y tenemos que depender de otros pa’ses para obtener el cincuenta y tres por ciento del que consumimos? Quiero unos Estados Unidos que dependan de su propia inventiva y de sus innovaciones, y no de la familia real saudita. Y nuestro plan energŽtico para unos Estados Unidos m‡s fuertes contempla inversiones en nuevas tecnolog’as, en fuentes de energ’a alternativas y en los autos del futuro, para que ningśn otro joven estadounidense de uniforme caiga como rehŽn de nuestra dependencia del petr—leo del Medio Oriente. Ya les he hablado de nuestros planes sobre la econom’a, la educaci—n, la atenci—n mŽdica, la independencia del petr—leo extranjero, pero quiero que ustedes sepan m‡s sobre estos temas. As’ que voy a decir algo que Franklin Roosevelt nunca hubiera podido decir en su discurso de aceptaci—n: visite johnkerry.com. Deseo dirigir las siguientes palabras directamente al presidente George W. Bush: en las pr—ximas semanas seamos optimistas, no s—lo oponentes. Vamos a unir a la familia estadounidense, no a crear una divisi—n enconada.. Vamos a honrar la diversidad de esta naci—n; respetŽmonos los unos a los otros y nunca usemos incorrectamente para prop—sitos pol’ticos el documento m‡s preciado en nuestra historia: la Constituci—n de los Estados Unidos. Mis amigos, el camino de los principios puede ser dif’cil, pero conduce a un lugar mejor. Y es por eso que republicanos y dem—cratas tienen que hacer de estas elecciones una competencia de grandes ideas, no de ataques creados por mentes estrechas. Esta es nuestra oportunidad de rechazar el tipo de pol’tica que crea divisi—n entre las razas, los grupos y las regiones. Quiz‡s algunos s—lo nos ven divididos en estados rojos y azules, pero yo veo que somos un solo pa’s: rojo, blanco y azul. Y cuando sea presidente, el gobierno que encabece enlistar‡ a personas talentosas, ya sean republicanas o dem—cratas, para encontrar un lugar comśn, de forma que nadie que tenga algo que contribuir se quede al margen. Y dŽjenme decirlo claramente: en esa causa, y en esta campa–a, damos la bienvenida a las personas de fe. Los Estados Unidos no se dividen en nosotros y ellos. Recuerdo lo que dijo Ron Reagan sobre su padre hace unas pocas semanas, y quiero dec’rselo a ustedes esta noche: "Yo no exhibo mi fe, pero la fe me ha dado los valores y la esperanza para vivir, desde Vietnam hasta el d’a de hoy, de domingo a domingo. No quiero decir que Dios estŽ de nuestro lado. Como nos dijo Abraham Lincoln, quiero creer humildemente que nosotros estamos del lado de Dios. Y cualquiera que sea nuestra fe, una creencia debe unirnos a todos: lo que mide nuestro car‡cter es nuestro deseo de entregarnos a otros y a nuestro pa’s". Esos no son valores dem—cratas. Esos no son valores republicanos. Esos son valores estadounidenses. Creemos en esos valores. Esos valores son lo que somos nosotros. Y si los honramos, si creemos en nosotros mismos, podemos crear un pa’s m‡s fuerte y respetado en todo el mundo. As’ que tenemos un futuro prometedor ante nosotros. Los estadounidenses siempre han alcanzado lo imposible, siempre han mirado al pr—ximo horizonte y se han preguntado: "ŔY si ... ? Dos j—venes mec‡nicos de bicicleta en Dayton preguntaron: "ŔY si este aeroplano pudiera despegar de Kitty Hawk?". El aeroplano despeg— y el mundo cambi— para siempre. Un joven presidente pregunt—: "ŔY si pudiŽramos llegar a la luna en diez a–os?". Y ahora estamos explorando el sistema solar y las estrellas. Una joven generaci—n de empresarios pregunt—: "ŔY si pudiŽramos colocar toda la informaci—n de una biblioteca en un peque–o chip del tama–o de una u–a?" Lo hicimos y tambiŽn el mundo cambi— para siempre. Y ahora es el momento de preguntar: "ŔY si ... ?" ŔY si encontr‡ramos un avance que cure el Parkinson, la diabetes, el Alzheimer, el SIDA? ŔY si tuviŽramos un presidente que crea en la ciencia para que podamos desencadenar las maravillas de descubrimientos como las investigaciones sobre la cŽlula madre para tratar enfermedades y salvar millones de vidas? ŔY si hiciŽramos lo que deben hacer los adultos: asegurar que nuestros hijos estŽn seguros por la tarde, despuŽs de salir de la escuela? ŔY si tuviŽramos un liderazgo tan bueno como el sue–o americano para que la intolerancia y el odio nunca m‡s pudieran robar las esperanzas y el futuro de ningśn estadounidense? Yo aprend’ mucho sobre esos valores en aquella lancha que patrullaba el delta del Mekong con j—venes estadounidenses procedentes de lugares tan diferentes como Iowa y Oreg—n, Arkansas, Florida y California. A nadie le importaba en quŽ escuela estudiamos. A nadie le importaba la raza o la procedencia de cada cual. Literalmente, todos est‡bamos en el mismo bote.. Nos cuid‡bamos los unos a los otros, y aśn lo hacemos. Esos son los Estados Unidos que dirigirŽ como presidente: un pa’s donde todos estamos en el mismo bote. Nunca antes ha sido tan urgente renovar esfuerzos y definirnos. Yo me esforzarŽ al m‡ximo. Pero, mis compatriotas, el resultado est‡ en sus manos m‡s que en las m’as. Es el momento de alcanzar el pr—ximo sue–o. Es el momento de mirar hacia el pr—ximo horizonte. Para los Estados Unidos, la esperanza est‡ all‡. El sol est‡ saliendo. Nuestros mejores d’as todav’a est‡n por llegar. Buenas noches. Dios los bendiga y Dios bendiga a los Estados Unidos. Source: : ComitŽ de la Convenci—n Nacional Dem—crata CONTACTO: Allison Dobson. de John Kerry for President, +1-617-654-0066